15 marzo 2012

Nexos humanos

De nuevo, recurro al pasado, me voy mas lejos, al 2009, diciembre...

Somos pequeños, si, somos pequeños. Nos creemos grandes, únicos e irrepetibles, pero nadie es imprescindible. La vida sigue igual, con gente de más o de menos. En estos tiempos de crisis, que lo primero que se recorta siempre es de lo social, nos preguntamos que donde van los millones y millones de euros que pagamos, además de a los bolsillos de algún que otro político, pero nos hacemos esa pregunta, y no nos molestamos en buscar la respuesta, si nos la dan, bien, si no nada.

Ayer tuve la oportunidad de dar respuesta a algunas de mis preguntas. Ante toda esta crisis, todas las noticias de historias de familias rotas, estas esas verdades ocultas, todos esos casos de corrupción saltando a la luz, toda clase de censura a que somos sometidos (Barbie Pinilla…), todas esas culpas fuera que se buscan ( caso Wyoming)…

Ante todo eso, me salta un “pero sucede también” digno de la canción del señor Serrano, y ese “pero sucede también” me lleva a conocer un proyecto único en España. Un pequeño, pero gran proyecto que sacan adelante 4 o 5 personas en el barrio Oliver. (Si, con el apoyo del Ayuntamiento, eso hay que reconocerlo). Un proyecto difícil de explicar, pero fácil de vivir. Se trata de un centro-comunitario. Al perecer es un tipo de proyecto que funciona bastante en toda Sudamérica, pero aquí en España, prácticamente no es nada conocido.

Parece que siempre los sitios donde se presta algún tipo de servicio debe ser religioso, o quizás es que estamos acostumbrados a que de lo social se encarguen las distintas congregaciones religiosas. Pero no nos damos cuenta de que el servicio a la comunidad es algo totalmente civil, de los ciudadanos, por y para los ciudadanos.

Este proyecto del que os hablo, aunque no profundice mucho en los seguimientos a personas, pretende conectar a la gente con la gente, a la gente con el barrio y al barrio con la gente. Y algo que nos puede parecer tan simple, se convierte en fundamental para entablar lazo, nexos de unión, crear vecinos, para devolvernos aquello que quizás habíamos perdido, la cercana humanidad de nuestro igual de enfrente. Me gustó aquella frase de Ágora, cuando explicaban que “son mas las cosas que nos unen, que las que nos separan”. Que gran verdad, pero a veces nos ciegan tanto las pequeñas cosas que nos separan, que olvidamos las importantes, las humanas.

A veces las grandes ciudades nos parecen lugares horribles, donde el anonimato te deshumaniza, y sin embrago a muchas personas les parecen escondites ideales para vivir. Y a la inversa con pequeños pueblo o aldeas, donde hay gente que viviría encantada, con ese “saber de todos todo”, y otras personas se ahogarían entre tanta “vox populi”. Una persona, desde luego, debe vivir bien allí donde decide vivir, o donde le lleva la vida. Pero no debemos olvidar que no vivimos solos, que hay gente a nuestro alrededor. Y que el misterio de la socialización sigue siendo una puerta por la que cruzar. Y si es difícil dar ese paso, ahí habrá conectores, como este proyecto, emprendido por una serie de personas que creen que “otro mundo es posible”.

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