Pintaba
en el cielo formas de vidas que se imaginaba. Opciones acertadas que cambiaban
el fin de su historia. Decisiones diferentes que dejaban cajones abiertos
llenos de rincones que descubrir y objetos que coleccionar. Como las gafas que
nunca usó para verla a ella más de cerca. O la mochila que nunca le regalaron
para meter los libros que leería en el metro. O la pipa que siempre quiso tener
para que el humo se convirtiera en nuevas nubes a las que darles forma en su
imaginación. Objetos que pintaba en el cielo, cada tarde desde su habitación
con rejas.
24 julio 2015
12 julio 2015
Sin memoria
Y olvidando todo lo que fue y todo lo que hubo se marchó. Allí me quedé
con el vacío de la nada llenándome por dentro. Desde entonces me ha
quedado la incertidumbre de si se fue en paz por no recordar o se fue
sufriendo por no poder recordar nada.
Microrrelato presentado a 50 Palabras:
07 julio 2015
Y la vida siguió como canta Sabina
"Y la vida siguió como siguen las cosas que no tienen
mucho sentido…" cantaba Sabina en el viejo radio cassete del pueblo. Como una
banda sonora aquellas palabras describían perfectamente el lugar, dando ritmo y
color al cansancio y hastío de la rutina. Allí donde nadie regresaba, ni siquiera para vanagloriarse de fugacez triunfos, allí donde la nada se había
convertido en un cacique de los de antaño y acampaba a sus anchas, allí donde
unos ojos miran con nostalgia los lugares que antes estaban llenos de sonidos,
allí donde habita el olvido, allí es mi
tierra, la tierra de nadie.
Foto del yacimiento de una villa romana próximo a la localidad de Gárgoles de Arriba (Guadalajara)
01 julio 2015
Sin nostalgia
Qué extraño y a la vez atrayente me resultó siempre el entramado de calles del
barrio. Torcidas, llenas de ramificaciones, impredecibles, recónditas,
semejantes a nuestro propio sistema nervioso. Mi padre siempre nos contaba que
vivíamos en la parte más mágica de la ciudad, en medio del dédalo de
callejuelas donde podían transcurrir algunos de los cuentos de las Mil y una
noches. De hecho con esa frase nos acostaba todos los días en nuestra antigua
casa del recodo. Nuestra calle no era de las más estrechas del barrio, al
contrario que la de Miguel por la que no cabía ni un coche, de hecho cuando
murió su abuela tuvieron que sacarla por toda la calle en una silla. La plaza
estaba detrás del solar del jabalcón. La de tardes que pasábamos jugando en
aquellos escombros viejos y en el adarve del tío Hilario. Recuerdo que nos daba
unos duros para ir a comprarle lo que
necesitara y luego nos tiraba una cesta con una soga para que se lo
depositáramos en ella. El pobre casi se muere de un susto el día que Miguel le
puso un petardo en la cesta junto a la barra de pan. Qué extraño me pareció
siempre el barrio, e incluso ahora tras
la demolición del último edificio sigue resultándome atrayente. Nadie es
profeta en su tierra, supongo que por eso los antiguos vecinos o incluso Miguel
se enfadaron tanto cuando me nombraron jefa de las obras de remodelación del
barrio. Puedo entender su nostalgia, pero las ventajas del centro comercial ya
les harán olvidarlo todo.
Microrrelato que fue presentado al III Concurso de relatos mínimos Historias de la calle, del Museo Sefardí de Toledo.
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