Fue una mudanza rápida, no quería
nada de lo que hubieses en casa. Ni sofá, ni biombo, ni lámpara. Un piso vacío
con nada y sin nada, esa era la premisa que le había exigido su corazón.
Solo amueblada la cocina y el
baño, con lo indispensable, como le había dicho el casero. Quería saber lo que
se sentía, quería experimentar lo que suponía vivir cuando te lo quitan todo, quería
vivir con nada y sin nada.
Fue dura la ruptura, fue duro
hacer el inventario de que había en 4 inviernos. Pero todo quedaba guardado en
el armario del pueblo, ese que está en el cuarto del corral de la izquierda,
incluso su compasión por él y por ella misma.
No fue fácil dejarle, pero más difícil
será vivir sin nada, como él iba a hacer desde que ella se marcho a ese piso
con nada y sin nada.
Dulcemente, tras cerrar el frasco, se acostó en la cama y cerró los ojos dispuesta a abandonar su nueva vida. Sus viejos fantasmas estaban esperándola y ya había retrasado mucho tiempo el encuentro.
Suavemente como una pluma descendió de mi mano hasta la fría losa. Era como si la brisa quisiera llevarla lejos, creando formas mágicas mientras volaba en la cruel distancia que me confirma su destino, la tierra. Aquella mariposa sin alas no volvería a mostrarme sus colores de vida.
Una
de las siete hermanas era diferente. Desde pequeña en el Olimpo jugaba con
carros, caballos alados y rayos de juguete como los de Zeus. Vestía como
Heracles o con el casco de Atenea. Sus hermanas andaban preocupadas por ella, desatendía
sus deberes cotidianos con la humanidad, evitaba las banalidades de la
ociosidad de las musas, incluso actuaba ajena a las trifulcas entre dioses y
humanos. Todo se agudizó cuando se enteraron por su archienemiga Codicia de que
ahora se hacía llamar Geni, para evitar el nombre de Generosa. “Es sólo una
mala época” comentaba Atenea quitándole importancia. “Se está buscando a sí
misma” esgrimía Ártemis a favor de la chica. Pero lo cierto es que el día a día
desenvolvía una nueva Geni, cada día más masculina, con rasgos más marcados y
angulosos. Entre tanto la humanidad andaba sumida en el caos. Mezquindad,
Egoísmo, y Codicia acampaban a sus anchas por las tierras conocidas, imparables
ante la debilidad de las virtudes. Hasta que Zeus, aconsejado por Hermes,
decidió que cada cual se mostrara como se sintiera en el Olimpo, sin ataduras
ni complejos. Y las virtudes volvieron a su esplendor, siendo 6 hermanas y un
hermano.
Microrrelato seleccionado en el "III Concurso de Microrrelatos Las 7 virtudes de la Humanidad" y que aparece en el libro ‹‹Las
7 virtudes de la Humanidad›› que recoge las voces de 125 autores.
Eh tú!!! has abierto y cerrado ventanas y puertas, revuelto mis cajones, dado
la vuelta a mis ideas, naufragado mis indecisiones, cumplido mis solicitudes,
trillado mis prejuicios, agotado y llenado mi reserva de paciencia. Tú que has cerrado
mis ojos de día y me has obligado a pernoctar contigo a dos velas, en el
silencio de una tenue luz que suplicas que no se apague.
Llorando sin razones y sonriendo sin excusas me has
contagiado de inocencia en cada mirada, mientras abrazabas mis latidos yendo a
contratiempo con mis respiraciones.
Como soplo de aire fresco,
como agua
de mayo,
como
fuego en el hogar,
como
tierra que sembrar,
tienes los 4 elementos que conforman la naturaleza
de este pequeño mundo poblado de sueños.
Eres pequeño, sencillo, semilla que germinará en una
mañana no muy lejana, ese en el que espero volver la mirada hacia el pasado y
decirte: “Lo hicimos lo mejor que pudimos, pero sigue tú, concluidlo vosotros. Mejorad
este mundo”.
No te voy a pedir nada que no sea que seas feliz y
que mires las estrellas cada noche antes de cerrar los ojos. Porque siempre hay
una estrella para el que quiera mirarla.
Ella, testigo durante 2 años y un día de la
felicidad. Guardiana de secretos ha empapado las lágrimas en recovecos de piel
y papel. Ella, anclada en los 70 con aires vintage que decoran mis escaleras. Con
luces y sombras de puertas y ventanas, con persianas que sueñan con tus
cortinas y lámparas que gritan bajito que comienza la revolución.
Ella, que busca recuerdos para crear de nuevo, que
abre cajones para que volvamos a la sencillez más pura y desnuda. Ella, que te
ha dado la bienvenida al mundo, que se renueva, llena y vacía para ti. Que nos
enseña a no aferrarnos a esta materialidad que nos venden y nos invade los ojos
y las manos.
Ella que me ve marchar con las manos en los bolsillos
y me espera con una taza de café caliente con gotas de coñac.
Ella, testigo durante 2 años y un día de la
felicidad, las visitas, las risas, las cenas, los enfados, las preocupaciones,
los números rojos, los amigos, la familia,
el amor y la Vida.