Como en “Las bicicletas son para el
verano” a Pablo cada vez que le dejaba una novia, era como si le comieran una
cucharada de lentejas, pero en este caso de corazón. Así hasta dejarlo con el
corazón vacío como la cazuela de la obra. Todas le aportaban algo nuevo: la
afición por patinar, el gusto de catar vinos, el descubrimiento del cine
japonés. Pero todas se llevaban algo de él: la Vespa de color verde que alegraba sus veranos, el
sofá de cuero de la salita pequeña, la colección de discos de U2. Aunque eran cosas valiosas para él, la
ausencia de dichos objetos no le llegaba a importar tanto como la ausencia de
los desayunos en la cama, los besos en el cuello o las miradas en la calle
mientras paseaban. “Te he dicho mil veces que lo de Pretty Woman no existe” le
decía su primo Arturo cada vez que acompañaba a Pablo a la Gran Vía en busca de
otra princesa sentada en trono de cartón.
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