19 abril 2015

Cardiología


Le gustaba pensar en las vidas de sus pacientes, imaginárselos trabajando, yendo a hacer la compra, jugando con sus hijos. Era su manera de relajarse en el quirófano. Lo había tomado como hábito en la facultad, cuando aquel viejo profesor lo eligió como ayudante en las clases. Casi todos solían parecerle gente agradable, pacífica y amistosa. Pero había excepciones, como aquel boxeador de cara arrogante que entró en parada cardíaca tras el último asalto y el consumo de varias drogas. O la empresaria prepotente, que había llevado a la quiebra a tres empresas y sufrió un ataque de miocardio cuando fue detenida en el aeropuerto.  Como cardiólogo reputado nadie dudaba lo más mínimo de sus esfuerzos por salvar vidas. Ni siquiera sospecharon de él cuando el rey ingresó para una sencilla intervención de corazón y no salió nunca más.

No hay comentarios:

Publicar un comentario