19 marzo 2015

Mi asignatura pendiente




             Tiene una pequeña nariz salpicada con pecas, que comparte con su hermana mediana. Es menuda y delgada, supongo que como su madre en la juventud. Es impaciente a la hora de la comida y le gusta todo bien caliente, como a su yayo materno y a su tía Pascuala. Heredó la cabezonería de su padre  y un “no” es un “no”, aunque al final se transforma en un “sí”. Cierra siempre los ojos en las fotos y las lágrimas le cubren el rostro cortándole la respiración cuando algo le duele. Tiene un sentido del humor extraordinario y una sonrisa siempre preparada en la boca, reflejo del amor que recibe y de su alma cristalina. A veces es un poco cotilla, desobediente y mentirosilla. Un ojo a veces se le desvía unos milímetros y quizás no estuvimos muy hábiles a la hora de acudir a un dentista a tiempo. Pero cuando la observas y ves ese misterioso brillo en su mirada olvidas esos pequeños puntos débiles.
           Salpica toda la pila del lavabo por las mañanas, esparciendo con cada gota de agua sus alegrías y sus penas. Desayuna poco y rápido, como no queriendo perder el tiempo por la mañana.  Le gustan las telenovelas, escuchar música en castellano y tararear canciones que nunca desvelaríamos. Puede pasar horas y horas mirando libros, imaginándose historias, creando dibujos inexistentes con las letras, observando colores, desgastando hojas. Le gustar estar en casa, en su casa. Le apasionan los suvenires y acumula toda clase de recuerdos, regalos y objetos extravagantes. Y siempre la pillarás con  pequeñas bolitas de papel en la mano o en los bolsillos.
           Tiene un mundo interior tan rico que a veces creo que los pobres somos nosotros, los de fuera. Es feliz (o eso creo) y con eso me basta. Le debo más de lo que ella cree o de lo que yo creo. Espero devolverle un día tanto como me da ella a mí, por ahora empezaré con este microrrelato, pero no me olvido ni un solo día del viaje a Paris.










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