25 mayo 2015

La habitación




Los dedos se me habían vuelto a congelar. Que difícil era escribir en aquella habitación helada, oscura y vacía. Por mucho que quisiera hacer de aquello mi hogar, siempre había algo que me recordaba que nunca lo sería. El papel que se descorchaba de la pared, la pata coja del somier, la carcoma de la pequeña mesa debajo de la ventana cuyas contras dejaban pasar la escasa luz que recibía el habitáculo durante todo el día. Pero aquellos escasos 2 metros cuadrados se transformaban en 6 en las cuatro letras que escribía una vez al mes. La ventana se tornaba como un gran ventanal por donde el amanecer entraba todos los días para recibirme en el mundo. El colchón de paja era uno de algodón, de segunda mano, pero caliente y cómodo para mis jóvenes pero gastados huesos. La mesa era un antiguo escritorio de roble que el señor iba a tirar pero decidió cedérmelo para que continuase con mis estudios nocturnos, y mejorara en eso de escribir y leer. Sin duda había mejorado bastante en ello, ya que mis cartas eran dignos folletines de novelas salidas de la imaginación más desarrollada.





Fotografía de la casa museo de María Pita (A Coruña)
 

2 comentarios:

  1. A algunos les parece triste el refugiarse en el mundo de la imaginación y de los sueños. Pero, a veces, es la mejor manera de seguir adelante, sin caer en la resignación, convencidos de que lo que deseamos llegará a ser real si nos empeñamos en que así sea.
    A mí me sirve y tu relato me ha tocado el corazón.

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  2. Hermosa historia de superación personal. Captas a la perfección ese espíritu en tu relato.

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