Hacía un año que no encendían la calefacción. En
realidad no sabían si funcionaría. Un año sin purgar los radiadores, un año sin
girar las roscas, un año sin pasar el agua por las tuberías. Pablo, el mayor de
los cuatro hijos de Elena, saltaba de alegría en su cuarto cuando el radiador
de debajo de su escritorio empezó a calentarse.
- ¡Bien mama, ya podré hacer aquí los deberes yo solo!
Era simpático el señor que ha venido a arreglárnosla, me ha dado hasta un
caramelo.
A Elena se le saltaron las lágrimas de la alegría de
sus hijos. Y sólo detuvo ese instante de felicidad el fugaz pensamiento de que
mañana vendría otro señor a arreglar la calefacción de nuevo.
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