16 noviembre 2015

Calefacciones

Hacía un año que no encendían la calefacción. En realidad no sabían si funcionaría. Un año sin purgar los radiadores, un año sin girar las roscas, un año sin pasar el agua por las tuberías. Pablo, el mayor de los cuatro hijos de Elena, saltaba de alegría en su cuarto cuando el radiador de debajo de su escritorio empezó a calentarse.
- ¡Bien mama, ya podré hacer aquí los deberes yo solo! Era simpático el señor que ha venido a arreglárnosla, me ha dado hasta un caramelo.
A Elena se le saltaron las lágrimas de la alegría de sus hijos. Y sólo detuvo ese instante de felicidad el fugaz pensamiento de que mañana vendría otro señor a arreglar la calefacción de nuevo.


 

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