Para ser diestro, escribía con la luz del lado
derecho. Para ser de derechas se enamoró de una chica de izquierdas. Para irse
a Londres tuvo que aprender a conducir por la izquierda. Pasa ser algo y
alguien estudió derecho. Para excusarse por un mal día, lo atribuía a que se
levantaba con el pie izquierdo. En las manualidades sabía que era torpe por
naturaleza ya que no hacía nada a derechas. Pero hasta que no ocurrió lo inevitable
no se dio cuenta. Fue sólo cuando sufrió aquella embolia que le paralizó el
lado derecho cuando comprendió la suerte
de los ambidiestros.
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