Sacar la cabeza supone todo un despliegue de artes.
La pequeña salida se encuentra oscura y lejana, mientras mis manos intentan que
mi cuerpo salga de la trinchera para poder respirar. Cuando ya he podido sacar
la frente y la nariz, el oxígeno vuelve a ser limpio. Cojo aire y emprendo el
siguiente ataque. Las manos junto con los brazos se retuercen en mil y un giros
cual cometas. Buscan, intentan, luchan con una crucifixión de formas que den
salida a sus interrogaciones.
Finalmente, el campo de batalla parece vacío, sólo
quedo yo, con el jersey de cuello alto puesto esta vez del revés (para no
variar).
Quedamos otra vez en tablas.
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