No es que fuera demasiado vieja, pero la vida no le había tratado bien. Todo el día de aquí para allá, recibiendo golpes,
empujones, manoseada una y mil veces. Cada herida un parche, cada descosido un
remiendo.
Sabía que los trapos sucios se lavaban en casa, pero
de vez en cuando había que airearlos en público. Acabó compartiendo piso con un
viejo zapatero remendón cuando ante la falta de ruedas fue relegada al olvido.
Portadora de sueños y mentiras, siempre pensaba: “Bueno, que me quiten lo viajao”.
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